Camino al viento.

Levantó la barbilla con impaciencia, esperando ver llegar el autobús. Nada.

Bajó la mirada al reloj. Nunca cumplía el tiempo de llegada. Iba a llegar tarde. Otra vez. Aunque debía darle igual, no quería ir. Aun así le molestaba que el vehículo se retrasase. Pensó que suficiente era ya tener que levantarse y exponerse a la luz del sol. Sentir el picor, tener que protegerse y buscar alivio en las pocas sombras que encontraba.

Miró al grupo de personas que tenía al lado, esperando lo mismo que ella. Hablaban alegre y ruidosamente. Sonrió levemente, parecían gallinas cacareando muy graciosamente en su corral. Entonces, se percató de que el autobús se acercaba. Nadie se había dado cuenta, ni mucho menos salía de la para para avisar al conductor. Estaban distraídos moviendo el pico. Tendría que hacerlo ella, salir de la sombra. Respiró hondo.

Se movió rápido, alzó la mano y la delgada rebeca se deslizó hacia abajo. Que descuido. La mano y parte del brazo se empezaron a poner rojos y a picar. Bajó con fuerza la rebeca para cubrirse, con agobio se rascaba mientras paraba el bus.  Pero un viento cálido vino con el autobús, con agilidad le robó el sombrero.

Se deshizo en ceniza. Se fue en una nube con el viento, ondeando como nunca. Siempre fue un riesgo, pero ahora era un alivio.

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